-¿Cómo pudiste hacerme eso a mí, Ginebra, vida mía?

-¡Ay, Arturo, qué pesado, déjalo ya! “¿Por qué, por qué?” Pues, ¿por qué va a ser? Pues porque Lancelot no ronca, ni se está quedando calvo, ni se le empiezan a olvidar las cosas, ni es un amargado que se resiste a salir de casa o a ir de viaje. Se baña todos los días (en el lago), no tiene pelos en las orejas y, sobre todo, es amable y considerado, escribe bien y no anda por ahí haciéndose el duro y presumiendo de una dudosa testosterona.

-Dios mío… Con lo que yo he sido… ¡Pero si yo saqué la espada de la roca! ¡Pero si puedo comprarte lo que quieras! ¡Pero si sigo siendo el Rey!

– Para mí no, Arturo. Lo siento. Tu poder, tus riquezas y tu éxito están bastante huecos. Haz terapia.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *