Me he debido quedar dormida, pensó Epona. Rápido, se dijo, adecéntate, despierta antes de que venga Belenus a buscarte. Durante un rato no se hizo caso, pero terminó por levantarse y vestirse hacia la sexta hora, no fuera que apareciera Belenus y ella no estuviera lista. No tardaría mucho, pensó, debía estar al caer, su amado Belenus.
¡Compartían tantas cosas, eran tan parecidos! Le quería mucho. Y entendía que fuera algo distante, independiente, rudo a veces. Comprendía que era un hombre y se fijara a veces en otras mujeres. Lo importante era que la quisiera a ella y a su futuro hijo.
Habían quedado en fugarse esta noche. Se irían lejos, más allá del ophalo, donde sus familias no podrían encontrarles. Belenus le había jurado amor eterno y le había dado la promesa de un nuevo mundo para ellos y para su hijo Dagde, quien tendría cientos de caballos a su disposición cuando naciera.
Se retrasaba ya, su amado. Se retrasaba demasiado. ¿Dónde se habría metido Belenus? ¿Y qué era aquello en el horizonte? ¿Su barco? Sí, era el barco de Belenus en el que había jurado llevarla al otro lado del mar. Se iba solo. ¿Por qué? No entendía. ¿Por qué se fugaba solo? Se fugaba, acaso… ¿de ella? Maldito.