¿Has probado a saltar encima de los charcos? Mientras por un microsegundo tu cuerpo atraviesa el aire, tus pies en la posición justa para causar un estallido de agua, el charco te devuelve tu reflejo distorsionado en el agua de lluvia atrapada en el suelo. Creo que eso aplica a mi caso; yo soy en parte el reflejo interpretado por las miradas de los demás, mi parte etérea atrapada en algún gesto cotidiano. Un café con leche frente a una amiga, riéndonos de los hombres, el trabajo precario y los demás avatares de la vida. Sí, al café le echo sacarina: cuanto menos sepa a café, mejor. Contradicciones: el sabor del café no me gusta pero sí que me despierta, espabila y sube la tensión, así que no puedo decir de este café no tomaré ni un sorbo. Me encantaría un trozo de tarta de chocolate, o mejor aún de tarta de queso, para acompañar esta bebida, pero últimamente me estoy cuidando un poco, el verano se aproxima. Aunque a este paso, con este tiempo loco, en el verano habrá muchos charcos, y en vez de ir a la piscina, nos pondremos todos botas de agua.

Sí, sí lo sé. Les hablo sobre el tiempo y poco de mí, ¡vosotros que queríais saberlo todo sobre mí en esta breve descripción! Estáis equivocados: en la vida hay que saltar al vacío, como con los charcos, y es sólo a través de esos gestos cotidianos, esos momentos únicos, que nos arriesgamos a conocer a los que nos rodean y hasta les cogemos cariño. Reflejos distorsionados de nuestro álbum de historias. C ´est la vie.

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