Me acusan de dejarme llevar por la corriente. De ser un conformista. Y es que yo no me parezco a esos tiburones que van por ahí dándose ínfulas de reyes del mundo, siempre con la boca abierta como si tuvieran algo que decir.

Tampoco soy capaz de hacer ocho cosas a la vez, ni soy noctámbulo, ni veloz. Toda la vida he buscado refugio en mi barrio cuando he tenido problemas y no me he aventurado muy lejos de mi casa. Paso desapercibido y no deseo otra cosa pues en mi infancia lo pasé muy mal.

Quizá por mi manera de ser cauta y observadora, sí que puedo hablaros de cómo son los demás, pero de mí mismo es complicado. Sin embargo, un hecho me llamó la atención hace poco. Lo protagonizó una niña pequeña. Se soltó de la mano de su madre y corrió hasta donde estaba yo. Me señaló con el dedo y dijo:

–      ¡Mira mamá, quiero uno de esos! ¡Un pez payaso!

Entonces comprendí que todos los años sintiéndome mal por los insultos del cole no tenían sentido. Qué fácil habría sido todo para mí si alguien me hubiera dicho el nombre de mi especie. Abrí la boca agradecido para contestarle: “glu,glu,glu”.

 

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