Al entrar en el salón no noté nada, pero al ir a encender la lámpara le ví.
Estaba de espaldas y no me había detectado.
El miedo me paralizó durante unos instantes, supe que tenía que salir de allí y sigilosamente
fui andando para atrás; apenas cuatro pasos me separaban de la puerta, salí y cerré con sumo cuidado.
Tomé conciencia de la situación, no podía pedir ayuda y tenia que afrontar esto yo sola.
Lo más importante era poner a los niños a salvo, les dije que no salieran de su cuarto y le di
a la mayor el teléfono con los números grabados por si hiciera falta.
-Eres una mujer adulta, que llevas toda tu vida luchando. Esto no es, ni con mucho, lo peor a lo que te has enfrentado. Haz lo que tienes que hacer, me arengué a mi misma para coger valor.
Tomé una manta para protegerme y una raqueta de tenis para defenderme. Me envolví en la manta lo mejor que supe y me dispuse a entrar de nuevo en el salón, noté una ligera presión en la vejiga que desoí, respiré profundamente y avancé
Había que dejarle una posibilidad de huida, así quizá no tendría que enfrentarme, fui corriendo y abrí el ventanal
Entonces se giró hacia mí y me miró con los ojos negros y pequeños. Me arrepentí de no haber ido al baño antes de entrar, pero ya no tenía remedio.
Lo hice!
Empecé a chillar y a agitar la raqueta y la manta hasta que el gorrión levantó el vuelo y se fué por la abierta ventana, que me apresuré a cerrar.
Maldita ornitofobia, menos mal que no se la he inculcado a los niños. Ya se encargarán ellos de tener sus propios miedos.