Habían inaugurado una pasarela frente a mi casa que cruzaba la nacional III y estaba muy emocionada. Los peatones podían disfrutar de mayor seguridad y de un recorrido más corto al cruzar la carretera: exactamente un km. En cambio, el puente no estaba cubierto y yo tenía vértigo al pasar. Cuando lo intenté fue un desastre. Me adentré unos metros en la pasarela y sentí la velocidad de los coches debajo de mis pies.. Me paralicé: ni para adelante, ni para atrás …me agarré histérica a la barandilla. La escena era un poema.
Dos años después, no había avanzado ni medio metro. Compré un libro para vencer mis fobias y rebusqué información en Internet, pero fue inútil.
A los cuatro años todo seguía igual.
A los 8 años logré participar a un curso importante para mi trabajo, pero al regresar a casa todos los días a las once de la noche seguía sin cruzar.
Dos semanas después de comenzar el curso, se me ocurrió algo que me llenaba de vergüenza, pero estaba dispuesta a probar. La misma noche pregunté a la primera persona que estaba a punto de cruzar si podía engancharme a su brazo y, con los ojos cerrados, logré mi objetivo.
No fue fácil encontrar cada noche a las once una persona para cruzar la pasarela: estuve esperando día tras día al borde de la carretera, hasta quince minutos.
Una noche le hice la petición a un hombre muy agradable que, como todos los demás, me preguntó qué me pasaba. Me daba corte, pero acabé explicándoselo.
La noche siguiente, aquel hombre agradable estaba allí, y la siguiente y la otra. Una y otra vez, me esperó todas las noches.
Han pasado 20 años y no he logrado cruzar sola la pasarela, pero encontré un hombre agradable con quien comparto mi vida.