Soy una fobia andante, una experta en rechazarme. Tengo un cabreo cósmico que me conecta con mi tortura interior desde los cuatro años, ¡es inevitable!

¡Maldita sea! una vida repleta de experiencias frustrantes.

Mi drama comienza con el primer contacto visual, miradas de asombro fijadas en mi rostro sin filtros caritativos, que me duelen en el alma.

A decir verdad, por las mañanas, me lavo los dientes de canto, para no toparme con mi cara. No me quiero, no me apetece mirarme en el espejo.

¡No me aguanto ni yo!

Aquél niño, ¡maldito niño!, compañero de la guardería que me dejó marcada para siempre: rubito, ojos azules, un querubín, pero ¡cómo chillaba el niño jodio, señalando mi nariz!: Seño, ella tiene un bicho en la cara.

No, no es un bicho, peor aún, porque a un bicho se le aparta y ya está, es una verruga que no cubro con nada, tan al descubierto la tengo que afea toda la extensión de mi cuerpo partiéndome en mil fobias. Miedo a salir, miedo a que me miren, miedo al rechazo y un eterno etcétera.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *