Esperaba que esta noche no me volviera a ocurrir, pero estaba asustado porque siempre me pasaba lo mismo: Conocía, de una manera u otra, a una preciosa mujer, salíamos un par de veces. Cine, cena en un buen restaurante, y tarde o temprano me decía que si quería subir a su casa, a tomar una copa o ver una película. Yo no me negaba, no perdía la esperanza a superar esa fobia, a que una vez que nos habíamos besado, desnudado y fuera la hora de la verdad, no la mirara entre las piernas y tuviera que salir huyendo, asustado de mi mismo. Tengo fobia a las vaginas. No soy un misógino, las mujeres me parecen maravillosas y me encantaría no tener esa fobia. Pero la tengo. Así que esa noche cuando me llamó y me dijo que fuera a su casa, que quería invitarme a cenar, pues le dije que sí, que claro, que estaría a la hora de cenar, y una vez que hube colgado el teléfono cerré los ojos y lloré.

Ya en su casa, cuando terminamos de cenar, me cogió de la mano y me condujo hasta su habitación. Mientras nos desnudábamos yo tenía los ojos cerrados, pero cuando noté que se había quitado la ropa interior me pudo la curiosidad y los abrí. Estaba preparado para huir. Pero cuál fue mi sorpresa que su vagina no era normal. En la base sí, tenía todas las condiciones para llamarse vagina, pero era distinta, en color, en forma, no sabría cómo explicarlo. Y esa diferencia, no sé por qué, me encantó. Y entonces, la besé despacio, acaricié su precioso cuerpo e la hice el amor pensando que podría ser la mujer de mi vida.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *