De un lugar perdido, de cuyo nombre no puedo acordarme, llegóse una mujer con la más inolvidable mirada que jamás hubiese visto nadie en la ciudad de Remembranza. Fue bien sabido, más tuve a bien ir a comprobarlo al Registro General. Esto sucedióse antes del gran infortunio.

El Registro General, más que un edificio, era un desmesurado monumento. Tal fue así, que fue nombrado el archivo documental más grande del mundo. Y no fue decir poco, especialmente en un planeta donde la religión mayoritaria era conocida como el añejismo, doctrina convencida de que no hay presente ni habrá futuro, pues lo único que existió fue el pasado. Así fue. Los añejistas, estaban convencidos de que, si no se recordaba, era como si nunca hubiese sido. Lógicamente, un pueblo de adoradores de recuerdos como éste, no tardó en prestar tributo al conocimiento, testigo imperecedero de aquello que no debía ser olvidado. Como por ejemplo, no debía olvidarse que, antes del añejismo, había guerra. Después, hubo unidad. Naciones enteras divididas por sus diferentes tradiciones se unieron bajo el mismo lema: “Todo tiempo pasado fue mejor”.

Esta frase, y una infinidad más, se hallaban recogidas entre los gruesos muros del Registro General. Entonces, un funesto día, la mujer de cuyo nombre no puedo acordarme, le prendió fuego al monumento añejista. Después, dirigiendo esa inolvidable mirada hacia la muchedumbre enfurecida, dijo lo siguiente:

“He destruido todo lo que para vosotros existió. No quedó nada. Sin embargo, a pesar de todo, algo queda”.

Ojos inyectados en sangre. Corazones llenos de odio. Manos que tomaron a la mujer por la fuerza y la quemaron viva. Sin embargo, al menos un par de ojos, se abrieron de par en par. Al menos un corazón creció hasta hacerse más que monumental. Y, al menos un par de manos, ocultaron un rostro rebosante de vergüenza.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *