Buenos días les habla el capitán del vuelo AO-345 con destino a París, la duración estimada del vuelo es de dos horas, y la temperatura prevista en la ciudad del amor es de dieciocho grados.

– Está muy romántico hoy ¿no te parece?

– Bueno, tiene días tontos y otros huele bien.

– Que mala eres. Me acercas la cafetera y el azúcar.

– ¿Qué tal tus vacaciones?

– Tranquilas, me quede toda la semana en el apartamento del Escorial.

– Eso, en casita, viendo la tele y comiendo palomitas.

– ¡Que va! Mucho mejor ¡en vivo y en directo! Separada por una fina pared he tenido una vecina que una noche lloraba desconsoladamente y a la siguiente hacia el amor escandalosamente con su amante, durante los ocho días que estuve sin fallar ni uno.

– Vamos a terminar con los cafés y me lo cuentas por lo menudo.

Por favor, cierren sus bandejas y abróchense los cinturones atravesamos una zona de turbulencias.

– Venga, aprovechando este ratito cuéntame.

– Cada noche, cual serial radiofónico, el nombre de Úrsula era pronunciado tras la pared con excitación al describir sus ojos, la suavidad de su nívea piel, el tacto sedoso de sus cabellos, hasta los más sutiles lunares los tuve perfectamente ubicados De sus escasas conversaciones y de varias riñas que siempre finalizaban haciendo el amor, supe que Ro, así lo llamaba ella, era un hombre casado que viajaba frecuentemente, y sobre todo deduje que sus llantos eran causados por las negativas y excusas que su amante esgrimía para no dejar a su mujer e hijos, a pesar de sus anteriores promesas.

Les habla el capitán Rodrigo Hernández. Me gustaría aprovechar para dirigirme públicamente a la mujer que amo y que se encuentra sentada entre ustedes. Cásate conmigo Úrsula.

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