Sujetaba con fuerza la foto, conteniendo a duras penas lágrimas que brotaban de unos ojos enrojecidos. Aquel viejo recorte de periódico era lo único que conservaba. Allí, en aquel callejón, en el final del camino, era cuando más la necesitaba. La inocente voz a sus espaldas le sacó de su ensimismamiento.

–Papa, ¿así era mamá?

–Sí, esa tu madre –dijo mientras se frotaba los ojos con ambas manos–. Es una foto muy antigua, cariño. No te preocupes.

–Pero, ¿por qué está con ese señor y no le hace nada? ¿No debería correr?

–Las cosas eran muy diferentes antes, cielo. En realidad antes se podía protestar, en público incluso, y a la gente apenas le hacían nada.

–Pero, ¿no se supone que protestar es malo? Si lo haces, te hacen lo que a toda aquella gente.

–No hija, no era malo, y ahora tampoco lo es. Es la gente la que es mala.

La voz del megáfono que daba el toque de queda se oía más cerca. Las patrullas pasarían por ahí enseguida.

–Venga, es hora de marcharse.

–Papá, entonces, ¿mamá no se escondía?

-No, tu madre nunca se escondió. -El sonido de un motor llegó a la entradadel callejón- Vamos, dame la mano. Hay que correr.

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