Él tenía los ojos destapados, pero la mirada perdida y una braga tapando la expresión de su boca. Si le hubiesen dejado, hubiese acabado con esa postura rígida y sin sentido, y hubiese sonreído a la cámara. Se hubiese acercado a ellas y se hubiese puesto las mismas ropas, la misma actitud desenfadada y despreocupada… ¡cómo le hubiese gustado!
Pero no lo hizo. Tantas veces hacemos cosas que no queremos, que estamos acostumbrados a guardar esa postura rígida, sin sentido, sin boca, hueca… sabiendo que la que nos gusta es la otra, la de las chicas, que –sin verles la cara– podemos saber con certeza que no tienen una mirada hueca y vacía, ni una sonrisa tapada. Sino que se están enfrentando al despropósito con toda la tranquilidad que les da la certeza de hacer lo correcto.
Pero él es el protagonista, el que no mira a la cámara a pesar de tenerla delante. Si alguien se acercase a él, seguramente no podría hablar… Pero, si lo hiciese, contaría con lágrimas en los ojos que él no quería estar ahí, que él no quería intimidar con su arma y su pose, que él, lo que de verdad quiere, es reunirse con ellas para reclamar el mismo derecho a hablar, a protestar, a decir su verdad… Que lleva muchos años en el servicio y que lo que quiere es ser un ciudadano más. Como tú, como yo, como todos los que en algún momento han querido exigir su verdad.