Ella jamás me revelería su secreto. Y yo lo sabía. Algo intangible guarda en su puño. Y yo no sabía qué.

Recuerdo el día que la conocí, cuando la cogí con la guardia baja. A punto estuvo decontarme algo sobre ella misma. Pero no fue más que un fugaz instante de inconsciencia, algo que no volvería a pasar. Al menos en mi presencia. Ahora me conocía, ya era capaz de identificar mi cara, así que era demasiado tarde para mí.

Y aquí estoy, echado en su cama, con su dulce olor impregnando las yemas de mis dedos y aún notando su tacto en mis labios. No dejo de admirar su cuerpo bellamente realzado por las sombras, cada curva, cada penumbra. Pero hay un pero. «¿Por qué siempre tiene que haber un pero?», me pregunto con rabia. Y es que me siento incapaz de disfrutar plenamente del momento porque mi cabeza me pide más. Trato de poner la mente en blanco y centrarme en las sensaciones que me ofrece mi cuerpo desnudo, pero vuelvo a caer en la trampa una y otra vez.

Ella me lo dejó claro y yo decidí, si es que se puede llamar “decidir” a aquello que hice. Con los ojos fijos en los míos, me dijo: «Completa no me tendrás. Elige: o mi cuerpo o mi mente». No tuve elección: era la mujer más preciosa que había visto en mi vida. Y aquí estoy, incapaz de sentir placer en su totalidad porque sufro de curiosidad.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *