– John, ¿Qué hace esa planta de habichuelas gigante todavía sin cortar? Debemos inaugurar el Centro Comercial a finales de mayo. Toda esa zona debería estar ya cubierta de hormigón.

– Señor Ramírez, mire los planos, no es necesario talarla. Además, Jack ha subido por ella hasta la casa del ogro. Imagino que está esperando a que se duerma para poder escapar. En cuanto el ogro cierre los ojos Jack bajará y el mismo la cortará. Sólo serán unos días.

– Me da igual lo que pase a Jack, que salte en paracaídas si quiere. Quitando esa maldita planta podremos construir 30 o 40 plazas de aparcamiento más. Y debemos hacerlo ya.

– Pero Señor Ramírez, sólo tenemos que esperar a que baje Jack. Su familia lo está pasando mal, son pobres. Les quedaba una vaca y la han vendido. Él les salvará con los tesoros de la casa del ogro.

– Te he dicho que la quites. Si mañana sigue ahí, tendré que despedirte.

– Lo siento de verdad, pero no puedo talarla. Jack y las habichuelas mágicas es la fábula que les cuento a mis hijos cada noche.

Ese día, al salir del trabajo, John no fue directamente a casa, sino que dio un largo paseo antes de volver. Cuando llegó sus hijos ya estaban acostados, aún permanecían despiertos. John se sentó en una silla entre las dos camas. Se disponía a contarles el cuento de Caperucita Roja cuando el mayor le interrumpió con una pregunta:

– Papa, en el Centro Comercial nuevo, ¿vas a poner columpios de plástico o de metal? Mamá me ha dicho que los de metal duran más, pero que los de plástico, en el invierno, me darán menos frío en el culete.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *