-!Sí señor! esta sí que es una magnífica obra de ingenería de construcción !Qué pilares de hormigón! Vamos, que ni un terremoto de los grandes los derriba.
¿Y la altura que tiene?Veintidós plantas. Aunque las medidas de seguridad, entre tú y yo, dejan algo que desear. Hace un rato vi a uno de los obreros trabajando en el penúltimo piso sin el arnés ¿Y si se cayera? Luego a llorar…
El operario asentía mirando al frente con el plano entre las manos.
-Lo cierto es que tampoco llevan un ritmo frenético de trabajo. Casi un año ya y aún no han acabado. A mí me prometieron que en diez meses…
!Bueno, cuando lo acabe será fabuloso! !Las dimensiones inmejorables, las vistas estupendas!
La mayoría de los pisos tendrán orientación al Sur y esto se agradecerá (en esta zona el viento norteño es frío). Los ventanales son amplios y entrará el solecito.
!Y todos los pisos domotizados! Con aire acondicionado, mandos de luz…
El obrero hizo amago de irse, y al percatarse de ello, su interlocutor se anticipó:
-¿Qué hora es? -miró de soslayo su reloj- y con gesto urgente se fue, no sin antes despedirse.
“El constructor”, así lo llamaban los parroquianos de su barrio, se alejó unos doscientos metros, se paró de repente y comenzó a hurgar entre los setos de un jardín. Sacó una vieja bolsa de lona con letras rojas desgastadas y se dirigió hacia una tasca en la acera de enfrente, “Casa Marccelino”, rezaba una cartel situado encima del establecimiento. Ya dentro, saludo con la cabeza gacha.
-¿Se puede, Marce?
El camarero, que respondía al nombre, siguió sirviendo un chato de tinto a un cliente y asintió. El constructor entró en el aseo y, tras unos diez minutos, salió vestido con un viejo chandal gris, sin goma en el pantalón y lleno de manchas de diversa procedencia.
-Gracias, Marce. Hasta mañana.
-Hasta mañana, Paco.
-¿Y éste? Preguntó el cliente que sorbía el chato con lentitud.
-¡Pobre hombre¡Hace años peridó su trabajo, luego su casa y, finalmente, la única familia que tenía; su esposa Pilar. Desde entonces duerme en ese banco de ahí. Dicen que está mal…no razona.
El constructor se tumbó en el banco y se cubrió con una vieja manta de cuadros, que estiró hacia su derecha como si cubriera a alguien más. Antes de dormirse, atisbó en la oscuridad el esqueleto del edificio:
-¡Ay, Pilar¡ Hoy he estado allí. Han avanzado mucho. Van lentos, sí, pero cuando acaben Pilar ¡qué bien va a queda nuestro nuevo piso!