A pesar de lo complicado que es implantarse en países en vías de desarrollo todo iba saliendo segun lo planeado. Algunos retrasos pesarosos y otras demoras hirientes nos obligaron a hinchar las comisiones; la espera desespera decían los accionistas y Don Cayetano añadía “pero un buen sobre el plazo altera”. De los consejeros solo el había venido a visitar las obras. Le miraba y lo veia encantando, visualizando la enorme rotonda que iba brotando en el centro de la ciudad y el futuro asfaltado de las principales vías de Tutucuman, nombre que en lenguaje cuozteca significa la ciudad de las aguilas. Secó su sudor con el pañuelo de Chanel y dijo: Ya se acostumbrarán estos indianos a llevar zapatos cuando el asfalto se caliente. Los tutucumaneros entre cabras, carros y puestos de fruta no entendían qué era aquella enorme mole que hacían crecer esos pálidos en el centro de su ciudad, asi que se santiguaban y se encomendaban a su diosito, y al venerable D. Yumaya Corrompo, alcalde electo y antiguo indio pobre, para su amparo y protección.

 

Yumaya sería uno de los inquilinos de las torres de pisos que, al mismo tiempo nuestra empresa, Torrobo SA, estaba levantando en la rural urbe. Por obra y gracia de nuestra directiva el ático sería para Yumaya, adaliz de la prosperidad y de un futuro mejor para Tutucuman y su gente.

 

Mirando planos andaba con D. Cayetano cuando él mismo a grito pelado me distrajo de mi concentración para observar la enorme masa gris oscura de nubes y viento que, formando un gigantesco remolino, venía directa al centro de Tutucuman, absorviendo todo a su paso. Me parecio ver dentro de el una figura de águila gigante y eso me sumió en un profundo terror. Miré a mi alrededor y ni un indiano había, D. Cayetano corrió hacia la obra para refugiarse en el bloque casi terminado, se le olvidó que habíamos decidido ahorrar en los costes del hormigón para mayor beneficio.. Yo fui hacía las cuevas donde vi correr a mis trabajadores. Estruendos monstruosos dejaron la ciudad sucia, polvorienta, y con su incipiente prosperidad hecha toneladas de puro ripio, bajo el que quedó el pobre D. Cayetano, imposible sacarle sin medios. La mañana en que abandoné Tutucuman se me acercó una señora ofreciéndome piña, con un pañuelo Chanel a modo gorra sobre su cabeza.

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