—Está mintiendo. Lo sé.
—No tenemos cómo probarlo. Todo calza. Tiene una coartada para todo. Ha procurado cubrirse muy bien las espaldas. No es un novato. —La voz del oficial estaba marcada por un tono de desesperación.
—Es verdad. Pero todos cometen errores —aseguró la detective mientras sus ojos inquisidores recorrían cada centímetro de la oficina del imputado—. Y esta no será la excepción. Este hijoputa no se saldrá con la suya.
La agente Fernández continuaba observando cada detalle de la habitación como si estuviera saboreando y digiriendo lentamente los diplomas y pinturas que colgaban de la pared, los documentos dispersos sobre el escritorio, los libros de la estantería, las fotografías de la esposa, los hijos…
—¡Esto es! —Gritó Fernández sobresaltando al oficial que en ese momento miraba la vista que había desde el piso 22—. ¡Esto es!
—¿Qué? ¿Qué has encontrado? —dijo el oficial acercándose a la detective.
—¿No lo ves? —inquirió ella sosteniendo el portarretratos—. Esta fotografía es de archivo. Estoy segura que aparece en el anuncio de un banco o algo así. La he visto antes. Ninguno de estos mal nacidos ha trabajado un día de sus vidas en la construcción. Todo es una fachada mal diseñada, al igual que los edificios que han ido dejando a medio construir a lo largo del país. ¡Esto es! Esta es la hebra que tenemos que jalar para lograr que paguen por toda la pasta que se han robado.