Despierto, entre las sábanas blancas de nuestra habitación, al escuchar el sutil sonido de la puerta cerrándose. Te has ocupado para que las bisagras no chirríen sin embargo el taconeo de tus botas resuenan, como un martilleo rítmico, en el pasillo, mientras te alejas. No hace mucho, sólo sentir que te ibas me dolía pero…cariño, ya, no; ahora prefiero tu ausencia.
Me concentro, por unos momentos, en conseguir que el aire invada mis pulmones en una profunda inspiración, para después dejarlo escapar, con laxitud, sobre las paredes blancas de la habitación. Muebles coloridos decoran la estancia y una foto nuestra, en blanco y negro, la mesilla. A simple vista no es un lugar peligroso, pero es donde me he dejado capturar; tu red de caza, mi celda velada. Has tejido, pausadamente, el espacio en ella con hebras emocionales, ordenadas en espirales cruzadas. El dibujo proyectado era pulcro y hermoso. Incluso, reconozco que has hecho parecer a la red elástica; más es pegajosa y me atrapa. Me cautivaste, sin siquiera darme cuenta de cuando ni como elegí estar aquí. Me adherí a la esclavitud de los hilos viscosos en que me hallaba, convenciéndome que tenían algún sentido. Vivía enredada hasta ayer cuando, por fin, vi que los trazos de las hebras adquirían un patrón, una trama a tu medida. Pero me espantó, mucho más, ver mis manos atadas con cándidos y suaves filamentos de frágil seda del grosor de una soga
La luz entra, sin cortapisas, por el ventanal luminoso de esta undécima planta, con vistas. Miro exclusivamente hacia el cielo, y es azul, ya es azul. La cadencia respiratoria se hace natural y me hace libre. Rompo el amarre.