El rumor del silencio teje lentamente alrededor de tus manos: -cada átomo se ciñe a un adn inédito, se blanquean los lirios moleculares como lazos elípticos, de entre las nubes el nudo se envuelve sobre si, dice Rosa mientras atiende en la pantalla el gatillo creativo de ciervo blanco, un club de escritura imposible del siglo 22.
¿Personaje ella misma?, o es el rumor que resuelve mirar en una cuerda la elipsis del ADN o mejor acaso, e liquen dorado de un río visto en Burgos, si Castilla, no mejor más específico Medina del Pomar, no mejor un río dorado en los ojos reflejado como agua
Rosa se ha impacientado, alisa un poco la falda -lisas pendientes hiladas de algodón que apenas y unos meses era copo blanco en los campos de Taiwán, luego cosechado, hilado, tejido, hasta ser hoy parte del movimiento del paso de Rosa, y su piel, del cuenco de sus muslos, adosados en invernal deleite de malla negra- alisa un poco la falda, mira el ordenador, me pide (a mí, su invisible testigo, el otro que no es otro, sino el mismo de Levinas deconstruido) que la lleve donde haya un cielo, le amarre un solo lazo que parezca adn o liquen dorado, o vértigo de espirales de algo que no sea algodón, sino yute u ónix, o significados lacanianos, nudos borromeos
y luego
sin avisarle los rompa
se da cuenta
determinismo biológico
anti tesis
que no eran de onix
era algodón
como las nubes de esos cielos
“mira autor, otro, sin otro que yo misma, voz interior de piel más real que tú, mira: es algodón”
“y no importa, mi corazón, como el algodón expandido lo absorbe todo”
me quedo callado
salgo a la calle
busco un cielo
libero mi corazón