-¡MĤHR-IHMHM/HM!
Por el sobresalto, una muchacha sentada junto a él levantó la vista a una nueva luz y el móvil rodó desarmado por el suelo. Sin embargo, nadie se apresuró en alcanzarle la tapa de la batería. Se sucedieron dos ensayos de murmullo, mientras las cabezas que aún no se habían erguido imitaban el erguirse generalizado de cabezas.
ÉL: (Descargando un puñetazo sobre el brazo de su asiento) ¡Oíd, miserables! (Silba como una rosa; pero después suaviza el tono, generoso). Payasadas humanas por dignos aullidos de lobo que os obliguen a enfrentar mi palabra. Oíd.
Se habían roto las ataduras de la forma, la incomodidad de la sorpresa yacía hecha un revoltijo de sogas rotas.
ÉL: ¿Cuántos más para escribir las mismas cosas, el drama humano en personajes creíbles, las pasiones terribles en estrofas hermosas? Es belleza, sí, pero en carriles que ya están desgastados de fabricar música. ¡Refundid! ¡Repensad! Y del abono de los poetas viejos surgirá una planta del Edén. ¡Nombradla después como gustéis!
Al terminar, levantó la vista del folio impreso a los rostros. Era incapaz de leer en ellos. Los pensamientos ajenos sonaban aún demasiado débiles comparados con su propia voz. No obstante, no era insensible a ellos; lo cierto es que habría dado su mano derecha por hacerles entender que él tampoco sabía lo que escribía.