Camino sofocado por el calor extremo de estos últimos días. Apenas he tenido tiempo de cambiarme el traje blanco después de una siesta de casi dos horas y mi pelo debe estar completamente alborotado. Miro fijamente al hacha que llevo en mi mano derecha. Al llegar a la valla que separa el camino del bosque, la lanzo hacia el otro lado y, una vez que he saltado, me doy prisa para recogerla. No puedo perderla ahora.

Una niebla baja recubre siempre esta parte del bosque. Miro al frente y busco el árbol menos robusto de los que allí han crecido. Al divisarlo, a unos cien metros, me dirijo decidido hacia él. A un paso del tronco, cierro los ojos y lo golpeo una y otra vez con fuerza, intentando romper primero la corteza.

– ¡Déjame! ¡No me golpees más! – una voz estremecedora sale de algún lugar del bosque.

– ¡Cállate ya! – replico – He venido a por leña y no me voy a ir sin ella. Voy a quemar todos esos malditos libros. Ellos se han metido en mi cabeza y no paran de hablarme.

Al sexto golpe de hacha abro los ojos. El árbol ha desaparecido. En su lugar, una niña de pelo lacio aparece de rodillas frente a mí. Tiene la cabeza baja, de tal forma que no puedo ver su rostro.. Me echo a llorar y en un impulso, la abrazo con fuerza. Ella me aparta con violencia, levanta la cabeza y grita: “ ¡Nunca aprenderéis a estar callados!” La miro con terror y grito desesperado: “¿Dónde diablos está tu boca? “Pero, casi sin poder reaccionar, la niña me clava un cuchillo en la cara.

Abro de nuevo los ojos. Estoy abrazado al árbol, siento una presión en la boca y no hay rastro de sangre. Entonces, veo a lo lejos las figuras de dos enfermeros.

– Espera. Este ha pasado la prueba. Se ha quedado sin boca y ha sobrevivido. Es uno de los nuestros…

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