Alex sabe que su madre no puede negarle nada. Es por eso por lo que esta mañana temprano se presentó en nuestra habitación a pedir su regalo de cumpleaños por adelantado. Casi me mata del susto cuando abrí los ojos y le vi allí plantado. “Jodido niño”, pensé. Él me miró frunciendo el ceño, como si me hubiera oído el pensamiento.
Dos horas de discusión adulta después, ambos caminamos hacia el pueblo. A siete días de su cumpleaños no hay nada comprado y, para ser sinceros, por mi culpa. Es ese tipo de cosas que no te apetece hacer y vas dejando y dejando. Ha sido el argumento que ha decantado la discusión hacia el lado de su madre.
-Papi, ¿vamos por el sendero del bosque?
-A ver, ¿sabes qué le pasó a Caperucita, no? Lo del lobo y tal.
-Tardaremos menos y quiero mi consola yaaaaaa.
No tengo ganas de oírle, así que cogemos el dichoso sendero. Cuando llevamos cinco minutos andando, algo atraviesa corriendo paralelo a nosotros, detrás de los setos. Nos sobresaltamos.
-Papi, ¿qué era eso?
-Un conejo, seguro.
-Pero era más grande, ¿no?
El corazón me va a mil y no sé por qué. Lo que sea corre rápido sobre la hojarasca y se para detrás de un árbol. No sé de dónde sale la puñetera idea, pero me oigo decir:
-Espera aquí, voy a ver qué es.
Le suelto la mano y avanzo despacio. Oigo sollozar de miedo a mi hijo detrás de mí. Apoyo la mano en la corteza y me asomo con cuidado… Es solo un niño. Agachado, con la cara entre las piernas, tiembla como si llorara. Levanta los ojos hacia mí y me paralizo. Los ojos, el pelo, la boca, la ropa incluso, todo es igual. Es Alex. No puede ser. Entonces me habla señalando el sitio donde le dejé.
-Papi, eso que viene contigo… me da mucho miedo.
Miro hacia donde aún espera Alex, llorando aterrado. Entre balbuceos me grita:
-Papi, tengo mucho miedo. ¿Qué hay detrás del árbol?