
Querido Santa Claus,
Me gusta hacer el payaso para que se rían los niños. Quisiera contarles mientras comparto con ellos el regaliz, que soy hijo de Satanás y que solo mi exquisita educación del Opus Dei me impide llevar a cabo todas las cosas divertidas que me pasan por la imaginación.
Me gusta la meditación, sobre todo la transcendental porque, además de tranquilizarme mazo me han dicho que es cosa del Maligno y a mí todo lo que venga de allá abajo me mola cantiduvi. Por la misma razón también escucho AC DC intercalado entre algún oratorio de Handel y alguna inspirada misa de Bach mientras me flagelo por haber tenido pensamientos sucios. Es un poco para mí como volver a las raíces. Como los camioneros que tararean eso de “Almost Heaven, West Virginia…” cuando divisan la casa de la Pradera.
El medico de la Seguridad Social dice que estoy loco y me mira con una condescendencia muy ofensiva. Me receta pastillitas que me hacen ver y oír cosas cuando las mezclo con alcohol los viernes por la noche en las Herriko tabernas de la parte vieja de Bilbao. Allí me junto con los, como diría la Biblia, obradores de iniquidad. Un poco brutos y sin desbrozar pero mi gente al fin y al cabo. Piensan que el Mal es cosa de ruido, explosiones, gritos… Desconocen todavía las deliciosas sutilezas y los escondidos placeres que proporciona la más fina y destilada astucia diabólica.
Por todas estas razones, te pido:
– Las memorias de algún reputado pederasta (si puede ser, de sangre real)
– Un flagelo nuevo para los momentos de debilidad.
– Un LP de AC DC de esos que dicen cosas diabólicas cuando suenan al revés.
– Un mono
– Un retrato de Arzallus cuando era cura
– Un acordeón
Vade Retro, engendro del demonio.