Imagen de categoría

 

Esa mañana de domingo, como todas las mañanas de los domingos de mi infancia, mis padres me llevaron a la iglesia, a la de San Antón, “allí donde se da la mejor misa de Bilbao”, decía mi madre. Es cierto que su exterior no me disgustaba en absoluto, pero al entrar, ya fuera por la oscuridad, o por el discurso del párroco o el Cristo sufriendo o por la cruz con su cuerpo sanguinolento, sentía miedo. No era respecto, como decía mi madre, era miedo. Así que esa mañana, al salir de la iglesia decidí, en secreto, buscarme otro Dios. Cualquiera que no hubiera sufrido por mí. Y esa mañana lo primero que vi al salir de la iglesia fue a un mimo que meditaba con una leve sonrisa y un balón en su cabeza. No me dio miedo, y entonces, le rogué en silencio por mi familia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *