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Los Aguirre son de Neguri. Si no se tiene la gran suerte de conocer Bilbao: palacete, jardín inglés, buenos vecinos del PNV… Dinero viejo.

Los domingos a misa a Begoña. Si no llueve a cántaros (el txirimiri no cuenta) desde el puente de La Salve, distracciones como el Guggenheim aparte, el aita señala donde empezó la empresa familiar, que el tatarabuelo Carlos (con C) levantó de la nada, como de harrijasotzaile levantaba piedras, con una elegancia fácil y socarrona, ruborizándose incrédulo de despertar tamaña admiración por cosa tan nimia, ¡mientras que sus versos eran ninguneados!

En unos años los hijos irán a Deusto, allí reverdecerán los vínculos heredados que les permitirán seguir prosperando, ya en el proceloso y volátil sector financiero, tan lejos del ancestral acero.

Miren tiene casi siete años, una falda de flores y odia las sandalias.

Karlitos (con K) cuatro, y cree que casi todo lo interesante no sucede a la altura de sus ojos, casi: hoy hay un hombre en chándal sentado inmóvil con las piernas cruzadas como un faquir, que por txapela lleva un balón y que parece estar rezando a S. Mamés.

Miren con un derechazo athlético1, ¡malditas sandalias!, chuta de chilena desde la cabeza del hombre y centra a su hermano en una jugada ensayada, como hizo el tío abuelo Carlos en aquella cabalgada épica por la banda que acabó marcando a la Real.

 

El ‘faquir’ no ha venido directamente de Neguri, ha dado un rodeo de varios años por la adulación, el humo y el Tíbet. Pero al verse traicioneramente destocado, se yergue y sale disparado como un león tras la pelota, ¡aivalaostia! ya se estaba cansando de tanta meditación que le hormigueaba la espalda.

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