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Había llegado ese momento que tanto temía. Pasé años jurando que nunca recurriría a las redes sociales para ligar. “Para encontrar el amor no hay cosa menos romántica que forzar la casualidad”, acostumbraba a decir. Lejos quedaban los tiempos en los que establecía contacto visual con las chicas que me gustaban en el metro. Antes de bajarme del vagón les dejaba una nota con mi número y la siguiente frase escrita a mano: “Si te enamoran los que te hacen cambiar de opinión, llama”. Más lejos todavía quedaba cuando llamaba a mi primer amor a su casa y lo cogía su padre, que respondía siempre con tono cortante.

Ahora me encontraba delante de una pantalla, metido en una web para ligar. Pensé qué pregunta hacer a las candidatas virtuales. Ya lo tengo: “¿Te gusta ver las películas en versión original?  Si la respuesta fuese afirmativa, denotaría muchas cosas en común. Suelen ser personas viajadas, políglotas, con interés por otras culturas, que no se conforman con lo fácil y encima les gusta el cine, mi actividad ociosa favorita. Finalmente di con Violeta, que habla varios idiomas; ha vivido en muchos países, le gusta la fotografía y en sus ratos libres toca la guitarra, escribe poesía y a veces hasta pinta cuadros.

Noté una magia especial. Ella tenía la cualidad que más valoro: me hacía pensar cosas que nunca habían pasado por mi cabeza antes. Quedamos esa misma tarde en un parque para ver el atardecer. Mientras esperaba miré su foto de Whatsapp. Era preciosa. Todo era perfecto.  Me imaginé viajando con ella a algún lugar exótico con nuestros hijos cada verano. De pronto sonó el teléfono.“Al sentirme tan a gusto contigo me ha entrado miedo. Tengo novio y me he dado cuenta que no lo quiero perder. Lo siento”.

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