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Desde que su mujer falleció, no había sido el mismo. La oscuridad reinaba en su vida. La melancolía, la soledad, las ganas de claudicar, de dejar de existir, en varias ocasiones, habían llamado a su puerta. Un día más, pensaba. Un día más y me reúno con mi mujer, ese angelical ser de melindrosas maneras. Vagaba sin rumbo por calles desiertas. Sus andrajosos ropajes y su barba de varios días, le conferían un estado de dejadez absoluto. Le recogieron de la calle y le ingresaron en un centro de atención a personas sin hogar. No podía soportarlo. Cual animal enjaulado, clamaba por su libertad. La libertad de tocar por última vez la lluvia, que no dejaba de caer en ese otoño madrileño de 1988.

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