
Nota para el actor: Esto es un cuento. Imagino a Julia [Villalba] leyéndolo, si puede ser. El “Uno por uno es uno, uno por dos es dos” debería sonar cantado.
Jamás hubo un niño con mayor pasión por las números. Antes de caminar, el pequeño Hamelín ya conocía las integrales. En las noches de tormenta, su padre cantaba bajito la tabla de multiplicar, pues era lo único que calmaba su llanto. “Uno por uno es uno, uno por dos es dos…” Tal era la obsesión de Hamelín, que a los 13 se enamoró del número cinco por sus curvas y soñaba que paseaban juntos, elegantes como un ocho.
Cuando creció, Hamelín fue el número 1 en multiplicar cualquier cifra que cayera en sus manos. Amasó grandes sumas y otros construyeron imperios gracias a talento.
Pero un día, Hamelín lo perdió todo…
Como un cero a la izquierda, paseó su tristeza por las calles. Vio que el Juego de los Números también había causado desgracias a sus vecinos. Con rabia infinita, preparó La Batalla Contra los Números. Del cero al diez, acabaría con ellos.
Muchos caminaron tras él y así fue que le apodaron el Príncipe Anumérico.
En su País Anumérico, los niños no contaban ovejas por las noches. Nunca escucharon la Novena Sinfonía. Tampoco había números de teléfono…
Al menos no había mandamientos, ni notas en la escuela. No había familias numerosas y las básculas no funcionaban.
Un día, el caos llegó a los supermercados, pues ya no existían máquinas registradoras y manos huesudas y hambrientas arramblaban con todo a su paso. Poco después, las reservas de todo el País Anumérico llegaron a cero.
Al ver lo lejos que había llegado, el Príncipe enloqueció. Una pesadilla se repetía cada noche. Un payaso triste y cruel tararea: “Uno por uno es uno, uno por dos es dos”. Hamelín le tiende la mano pero el payaso se ríe. Porque ya es tarde para volver atrás. Así de inútil es el sufrimiento.