
Es como si el día quisiera que te quedaras. No te vayas hasta que pare un poco. ¿Quieres un café?
Sentí que debía decir algo en ese momento, cualquier cosa que me permitiera seguir aquí durante más tiempo, no sólo hasta que la lluvia dejara de caer. Pero de qué serviría, si mis cosas ya esperaban en la puerta y sólo la lluvia impedía que saliera de tu vida para siempre.
Minutos más tarde ambos mirábamos en silencio los azulejos blancos de la cocina. A lo lejos, el sonido vacío de la lluvia decía todo lo que se podía decir en ese momento. El abrazo protector del café no era suficiente. Encendiste la radio y sonó una canción, no recuerdo cuál, pero venciste ese silencio que tanto daño te hacía. Los silencios te destrozaban, te hacían sentir indefensa si no había palabras.
Busqué en mis bolsillos, pero no encontré nada. Extendiste un brazo y cogí uno de tus cigarrillos.
Deberíamos dejar de fumar ahora que empezamos una nueva vida, dije, ya sabes, hay que dejar atrás los vicios tontos…
Sonreí mientras la frase sin terminar volaba sobre tu cabeza. Me diste la espalda y las palabras siguieron su vuelo como pájaros desorientados bajo la lluvia. En aquel momento descubrí que nunca más volvería a oler tu cabello ni acariciaría tu espalda ni sentiría tu calor desnudo. Nada de aquello volvería. Terminé mi café y dejé el cigarrillo en el cenicero. Me marcho, llámame cuando quieras.
Cogí mis cosas y abrí la puerta. Al salir a la calle mis ropas se empaparon. Miré al cielo, no había pájaros.