Escondido debajo de la cama, había aquel niño presenciado el asesinato de sus padres. Fue como si un vendaval hubiera arrasado con toda su infancia, su alegría, sus ilusiones.
Todas las historias para dormir que desde entonces le contaba su abuelo se le antojaban cuentos chinos, aburriéndole soberanamente a la vez que negándose a creer que existieran niños con vidas alegres, en un hogar protegido, con papá y mamá a su lado… Negros nubarrones empañaban a menudo sus recuerdos y lágrimas amargas resbalaban por sus tiernas mejillas.
Aquel fatídico día vio tanta sangre derramada por doquier que súbitamente empezó a sentir un rechazo visceral por el color rojo. En sus prendas de ropa o cualquier otro objeto que le rodeara estaba ausente ese color.
Con el tiempo, ese niño se hizo un pintor de éxito. Uno de sus cuadros, el más admirado por el público, se llamaba “Horror azul “. Mostraba un horror por fin superado, pues esa sangre roja, el intenso y demoledor dolor de aquella tragedia ya lejana en el tiempo, se volvía azul, como serena y merecida calma tras la tormenta.