Julia vivía en un pequeño piso del centro que compartía con Berta. Esta última había sufrido recientemente una dolorosa ruptura sentimental y andaba algo deprimida. Julia le propuso a Berta que repintase su dormitorio como símbolo de un nuevo comienzo vital, aunque se quedó algo sorprendida cuando vio que su compañera había escogido un azul eléctrico, un color más bien triste. Tal vez Julia debió haberse preocupado en ese momento, pero Berta estaba entusiasmada y se puso a pintar de inmediato.
Cuando Berta terminó, a Julia le pareció que el techo y las paredes azules causaban desasosiego o quizás fueran los vapores punzantes que emanaban de la pintura. Julia le sugirió a Berta dormir juntas mientras se aireaba la habitación, pero Berta se negó con vehemencia. Estrenaría su renovado dormitorio esa misma noche.
Suena el maldito despertador, pero Julia remolonea en los retazos del sueño profundo en el que estaba sumida. El despertador para y Julia empieza agradecida a deslizarse de nuevo hacia la inconsciencia. Entonces una descarga de adrenalina la sacude. «¿Quién ha apagado el despertador? ¡No he sido yo!».
Julia abre los ojos sobresaltada y de pie a su lado está Berta. Con una mano sujeta el bote de pintura azul y con la otra sujeta una brocha chorreante. «¿Qué te pasa, Berta?», acierta a preguntar Julia. «Pensabas que no sabía lo tuyo con Silvio, ¿verdad?», responde Berta con voz sibilante. «¿Pero qué dices?
¡Estás lo…!», empieza a decir Julia cuando Berta, de repente, hunde la brocha hasta el fondo de su garganta. Julia siente que se ahoga. Lucha con sus brazos y sus piernas, pero Berta no afloja la presión hasta que Julia cesa de moverse. Entonces Berta comienza a llorar desesperadamente tapándose la cara con sus manos manchadas de azul.