Con un portazo cogiendo mi bolso por bandolera resolví, de momento, la discusión con mi pareja. Camine y me encontré en el estanque del retiro el que está enfrente del palacio de cristal, hasta este momento era la rabia que sentía el impulso que me hizo sacar el móvil y empezar a fotografiar patos sin cabeza, cojos, sin un ala o culos de pato. Esto me sosegó lo bastante para ir hacia el palacio de cristal y ver lo que se exponía en el interior.

En el interior la gente se arremolinaba entorno a  un lienzo en blanco sobre el suelo. Apareció el artista diciendo que necesitaba voluntarios para confeccionar la obra en ese lienzo que se llamaría “arriba la vida, viva la muerte”.

Yo me ofrecí voluntaria junto con un hombre de aspecto desaliñado que el artista convenció, los dos, pero no únicos, nos dijo confeccionaríamos la obra.

El lienzo era grande de 2 por 3 metros, el lado derecho superior yo tenía que plantar las manos como quisiera pintadas de azul y así lo hice. El hombre en el ángulo inferior izquierdo tenía que dar dos pasos pintado de rosa sus pies.

Unos ayudantes del artista levantaron paredes, con planchas de madera, de forma que el lienzo era el suelo. El artista saco un gato pelirrojo de un cesto y empezó a pintar sus patas y su tripa con pintura negra, lo apoyó de nuevo en la cesta y sacó de su jaula a un ratón blanco que lo impregno en patas y estomago en color verde. Con ayuda, puso al gato en la parte izquierda y en la derecha al ratón, ambos se movían por el lienzo embadurnándolo, el ratón intentando huir y el gato atraparlo por fin, cosa que consiguió muy rápido ante el horror de los que estábamos allí.  Vimos como la sangre del ratón fluía sobre el lienzo. Me lleve las manos a la cara no queriéndolo ver, sin acordarme que las tenía pintadas de azul.

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