Ciclón llegó a la Tierra Gris una noche oscura, en tiempo de cosecha. Nadie puede decir que lo viera llegar. Pero todos en la aldea sentimos algo extraño. Doña Rosita se levantó a hacer pis por primera vez sin su bastón. Se asombró, porque ya no sentía miedo. El señor Juez despertó a su mujer suavemente y la acarició como si acabara de descubrirla. Yo tenía 15 años y entonces dormía. Me despertó una luz en la ventana. Pero cuando me levanté, ya no estaba allí. Sentí cada hilo de mi camisón de algodón como si calentara mi piel. Me levanté y me desnudé ante el espejo por primera vez.

Ciclón dormía en un granero. No hablaba la lengua de la Tierra Gris, pero nos ayudaba en la cosecha del Grano Sagrado para el pan. Nos fascinaban su pelo largo, su barba y sus músculos. Fue la primera vez que vimos una sonrisa.

Fueron días de luz. Las casas parecían más blancas, nuestras ropas más lustrosas y nuestra lengua, pobre y gris, algo más viva.

Yo espiaba a Ciclón. A veces asomaba una espuma sobre su barba, justo debajo de su labio inferior. Sus ojos entonces se volvían brillantes y su mirada perdía inocencia. Una noche me adentré en su granero. Nos besamos y noté el sabor agrio de su espuma. Ciclón guardaba semillas del Grano Sagrado. Las calentaba en agua hasta conseguir el Jugo de los Dioses. Conocí entonces su secreto.

Pero los graneros se vaciaron. Y una noche, tal y como había venido, Ciclón desapareció. La aldea volvió a ser gris. Doña Rosita cogió de nuevo su bastón, el Juez ya no tocó a su esposa. Y yo sentí un temblor. Desde entonces, vago por los cielos como azafata de Lufthansa para encontrar a Ciclón.

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