“Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Esta frase mítica resonaba en su cabeza desde pequeña y ahora la atormentaba porque: ¿cómo podía ser responsable una superheroína alcohólica?
Jana se miró desnuda en el espejo del baño. Daba pena verla. Mirada resacosa, doble papada, tripa cervecera… Y pensar que había sido un pibón en el insti…
Su pesadilla comenzó en aquel maldito botellón. Borrachos, rompieron el escaparate de la tienda de antigüedades del señor Johansson y ella se agenció una preciosa jarra de azabache. Continuaron la fiesta en el parque forestal a la luz de la luna llena. Cuando bebió cerveza de aquella jarra su destino quedó marcado, pues se trataba de la legendaria Jarra de Byggvir, el dios nórdico de la cebada.
Se transformó en la Guerrera Cervecera. La Jarra de Byggvir se rellenaba sola con una cerveza adictiva que temporalmente confería a Jana una fuerza sobrehumana. Podía utilizarla como maza y como arma arrojadiza que retornaba. Incluso podía volar gracias a su impulso. Algo parecido al Martillo de Thor, vamos, pero con barra libre.
Lo malo es que en las batallas con los supervillanos luchaba siempre pedo, así que los otros superhéroes desconfiaban de ella con razón. Además, su vida sentimental era un completo desastre. Solo atraía a borrachos.
Y siempre tenía ganas de orinar. Estaba harta. Hasta los ovarios.
Un momento. Orinar…
Depositó la Jarra de Byggvir en el suelo, se puso en cuclillas sobre ella y dio rienda suelta a su vejiga con un suspiro de satisfacción. Ahhhh…
Entonces se oyó una voz como de ultratumba. “¡Qué hija de puta! ¡Ahí te quedas, guarra!”. Y la Jarra de Byggvir salió volando al exterior tras romper la ventana de cristal esmerilado.
“¡Por fin libre!”, pensó Jana.