Vaya borrachera el viernes, qué proeza,

cómo me puse con tantísima cerveza,

no he bebido nunca tanto con certeza

pero es que tan fresquita entra con simpleza

y aunque ahora me duela mucho la cabeza

ayer pude sujetar la jarra con firmeza.

 

El caso es que no tuve mucha suerte

porque mientras bebía me dio por sorprenderte

y te escribí un mensaje para conmoverte

sólo porque echo de menos hasta olerte

y aunque lo nuestro a ti ya no te divierte

yo me muero por dentro todavía por lamerte.

 

Por supuesto, no respondiste ni yo esperaba nada,

y lejos de sentirme aquella noche despechada

pensé que lo mejor era ir a verte embriagada

a tu casa de Atocha donde hacíamos guarradas.

No es que estuviera yo muy desesperada,

fue la cerveza la que me conducía avivada.

 

Llamé a tu puerta a las tres de la mañana,

oí gruñidos y un «ya va» con voz malsana

hasta que abrió dormida tu mujer, Ana.

«Ana», le dije, «eres peor que una iguana

y tu marido me da a mí y no a ti toda la pana,

pero aunque no lo creas no soy una fulana».

 

A lo que contestó despertando y cohibida:

«Tú debes ser Sofía, de mi marido la querida,

con quien queda siempre en la avenida».

Atónita quedeme al verme así reconocida.

«¿Lo sabías, me conoces?» le pregunté descreída.

«Pues claro», contestó, casi como aburrida.

 

«Te elegimos juntos, él y yo, en la web de citas.

Pensamos que eras guapa y concertamos las visitas

pues a mí el sexo no me va y tú me lo quitas,

un favor me haces al llevártelo y así me lo marchitas,

te doy las gracias mil por ser una de sus zorritas”.

Y nos tomamos tu mujer y yo un café con tus tacitas.

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