Habíamos pasado una mañana de mercadillos y callejeo y ya a última hora y con calor nos sentamos en una terracita a tomarnos una cerveza. El cartel de la cervecería tenía a una mujer alada que parecía volar para llevar las jarras de cerveza. Parecía un cupido pero en cervecera.

Después de estar un rato sentados vimos que no era la extraordinaria prisa lo que caracterizaba a los camareros de la cervecería. Llevábamos bastantes minutos sentados y aparte de la promesa del camarero que nos puso las servilletas y una carta no parecía que fuera a venir nadie más.

Yo me moría de sed y de ganas de una cerveza pero tardaban. Comentábamos nuestras compras y sacábamos el contenido de los paquetes pero del camarero, nada. Al fin me levanté a llamarle y prometió venir en seguida. Yo miraba el cartel de la cervecería preguntándome qué lo habría inspirado, si acaso el deseo de los clientes.

Por fin después de una espera que se nos hizo eterna vino el camarero a tomar nota y a continuación trajo varios dobles con unas patitas. Me bebí mi cerveza como si viniera de atravesar el desierto de Gobi y a continuación me relajé. Como había un solecito muy agradable me entró una modorra que solo terminó cuando un amigo propuso levantarnos a pasear un rato porque todos se estaban quedando un poco dormidos y aún había que buscar un sitio para comer.

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