– Ya, Mein Führer. Lo que usted, diga Mein Führer. En seguida, Mein Führer. A sus órdenes. ¡Pues claro que Heil Usted, hombre! Es usted el más listo. El más sagaz. El mejor estratega. ¡Y tiene usté una gracia, que pa’ qué!
Yo seré la más pelota del III Reich. La esposa y empleada más solícita y veloz. Competiré con mis amigas a ver quién es la más pringada, la que antes y mejor atiende a su marido. O jefe. Y andaré descalza, me pondré cilicios, pasaré hambre y frío, dormiré sobre una cama de piedra si hace falta para servirlo a usted. En homenaje a usted. Como ofrenda a usted. Porque usted se lo merece. Se lo merece todo. ¿Qué digo todo? Se merece eso y más.
Usted no se preocupe que cuando vuelva a casa o al despacho, después de ir a un partido de fútbol o de pegarse una buena comida con sus grandes amigos, yo le tendré todo limpio y en orden, su cerveza lista, las facturas pagadas, los niños acostados, hechas las compras y resueltos los conflictos, aunque sea usted el que los provoque, con esa encantadora dejadez que se gasta. Aunque tenga que ser yo la monigota que se lleva los palos de la gente. Que para eso soy su felpudo. Límpiese, límpiese. Con confianza.
Seré humilde y servil como una monja, mágica y milagrosa como un hada del bosque. Seré… ¡Ay, espera, que me ha dado un calambre en el brazo! ¡Qué dolor…! ¿Ya, Mariano? ¿Lo dejamos para otro día? Yo es que no puedo más, eh. Estoy harta de estos jueguecitos. ¿No sería mejor que empezaras a tomar ‘algo’ como todo el mundo a tu edad? Anda, vete a sacar la basura. Así te da un poco el aire.