Una restructuración en la empresa la jubiló muy joven. Con el deseo de ser útil para la sociedad se embarcó en cursos de crecimiento personal y éstos la condujeron a especializarse en el teléfono de la esperanza. Lecciones aprendidas durante seis meses, protocolos como los de violencia de género, geriatría, identidad de género, suicidio, depresión, enfermedades del ánimo etc.

Una vez instalado en su casa el teléfono, la grabadora, los cascos inalámbricos empezó a recibir llamadas, las cuales anotaba el teléfono, para ser ella quien hiciera un seguimiento.

Al mes, ya trabajaba con el teléfono 10 horas diarias, nadie la pagaba, era un voluntariado. Ella jubilada prematuramente disponía de dinero.

Al principio compatibilizaba el atender el teléfono con hacer la cama, poner la lavadora o el lavavajillas, tomarse un tente en pie…La elevaba la autoestima la actividad.

-Es usted maravillosa

-Me ha ayudado mucho. Gracias.

-No sabría vivir sin su llamada diaria.

Así un largo etcétera de mensajes alentadores y a la par reforzadores por su dedicación; Hasta el punto que a los seis meses, solo se quitaba los cascos para dormir siete horas. Compraba por internet, bajaba al portal a por la correspondencia y ese era el mayor desplazamiento de su hogar que hacía. Los interlocutores de su teléfono eran siempre clientes del teléfono de la esperanza; dejo de interaccionar personalmente con otros congéneres.

Una mañana, al amanecer tuvo que aplicar un protocolo antisuicidio; pero el sujeto no respondía a él, seguía en sus trece de quitarse la vida.

-Suicídate si quieres, creo que eres un mimado de la vida que ha dejado de verla.-dijo ella a modo de despedida.

Sonó un disparo y ella sabía que el suicida lo encontrarían los servicios sociales a las dos horas de dicha llamada. Pero ella nos los pudo llamar, después del disparo se quedó muda. Y nunca volvió hablar.

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