Vuelo 747. En el asiento 21, Oscar desliza el dedo en una tablet buscando una foto de su padre en la que estuviera feliz. Tuvo que remontarse a la última firma de un contrato para ver una media sonrisa.

Por eso había ido a intentar cerrar el acuerdo con los Montelara. Quería darle una alegría antes de que llegara el momento. Pero no pudo ser.

Cerró los ojos y respiró profundo. Ahora todo recaería sobre él: la empresa, la familia.

Unas filas adelante, en el asiento 12, Clara se movía inquieta intentando no derramar la infusión que había pedido. Dos días antes, no imaginaba que hoy estaría volando en dirección a Santander. Su madre no se había sentido capaz de acompañarla y por primera vez en su vida, se encontró sola.

En el bolsillo del pantalón, llevaba un papel doblado que había leído y releído. Era una carta manuscrita de tan solo 76 palabras, pero llena de información.

Clara:

No me conoces, pero tu madre corroborará que lo que vas a leer es cierto.

Siempre he estado pendiente de ti y he de reconocer que verte crecer, aunque en la lejanía, ha sido una gran felicidad para mí.

Ojalá sepas perdonarme y entiendas que algunas personas no podemos salirnos del guion que nos escriben.

Para ti será diferente. Y quiero que tengas todas las herramientas para que cambies las cosas.

Con cariño, tu padre.

Clara se apoyó en el reposacabezas y cerró los ojos con fuerza. Dos palabras resonaban en su cabeza: heredera universal.

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