Me encantan las salas VIP (o lounge) de los aeropuertos.
¡Que un camarero uniformado te espere tras la puerta de cristal con la copa de champan que pediste con anterioridad! No tiene precio.
Me extrañó ver a un matrimonio con dos niños pequeños. Los niños tenían cara entre susto y curiosidad, deduje que era su primer vuelo. Y mi mente empezó a volar y voló sin avión hasta encontrar el recuerdo de mi primera vez.
–Final de curso. Toda la clase teníamos viaje a Lisboa, nos acompañaban Don Ovidio y Doña Elisa.
–Don Ovidio Lorenzo Sancho era nuestro profe, le llamábamos el tres nombres. Era muy peculiar. Tenía una enorme nariz (muy grande). Llevaba unas gafas octogonales también grandes. Sospechábamos que no las necesitaba , pero al dejarlas caer, como al descuido, disimulaba bastante su prominente nariz. También contaba con una especie de verruga que
Le servía de tope para controlar la caída.
Pelo, tenía poco (en la cabeza) en el resto del cuerpo, era un orangután.
En fin, Don Ovidio no era muy agraciado, pero a la clase, nos caía bien. Siempre estaba riendo
sin importarle enseñar todas las caries (que no eran pocas).
Nos contaba historias divertidas y casi siempre, hacía la vista gorda.
Para la mayoría, era su primer viaje en avión, llevábamos una semana ideando trastadas, sobre todo desde que Don Ovidio nos confeso su miedo a volar.
—¿Quién me iba a decir que 30 años después pasaría gran parte de mi vida en aviones?—
La megafonía anuncia mi vuelo a Hong Kong y mis recuerdos vuelven al palacio de mi memoria. Adiós Don Ovidio.