Hay una nota vagabunda que en la noche caramelizada me entretiene, y agazapada en las sombras quizá una semilla ingrata se regodee en su tierra, al margen de los suspiros que anuncien los sueños.
Esa semilla es ardiente una rosa, y una nota en tránsito hacia todos los finales. Todavía no, lo será en breve. Crecerá, rápida y fascinante en el ardor del deseo, hasta encontrar todos sus tallos. Se revelará al mundo rebelándose contra el mundo, pincho a pincho, como si en lugar de savia le fluyera cocaína, más celérica que un Audi, más terrible que la muerte. Tan inevitable como un rayo que sesgado desvelara los matices de una existencia plena en todos los tiempos, en todas las eras, en todas las historias.
Ámame si puedes, fugitivo, ama esta rosa, rosa vagabunda que perdida aterrizas tus salados tonos de tristeza en cimas y quimeras de emociones, capando los sentidos, arrollando las horas, modificando el pasado, atrayendo a las huestes de zombis que devorarán nuestros gemidos en ramalazos de inseguridad y querencias y suertes arrojadas en dados trucados.
Crece ahora, rosa maldita, crece en estaciones y años, en trenes y días, en lustros y andenes, hasta que ya no puedas más, y todo lo tengas, y todo lo quieras, y todo lo puedas, vagabunda.