La figura me ordenó que borrara inmediatamente lo que había escrito. No pude menos que obedecer. La figura imponía. Imponía un montón, sobre todo, porque se parecía a mí mogollón. Aunque no era exactamente como yo. Y a mí, con dieciséis años, me sorprendía/aterraba/fascinaba/estresaba/encantaba que apareciera de repente en mi cuarto, de la nada, materializada allí entre la cama y la mesa, con el armario de fondo.

La primera vez le pregunté quién era. “Quién voy a ser, Carolina, por favor, quién voy a ser”. Lo dijo como si yo fuera tonta y hubiera dicho una gilipollez. Y quizá lo fuera. Gilipollas, quiero decir, porque no entendía nada. “A ver”, continuó diciendo la mujer que había aparecido de repente en mi cuarto, “vas a escribir un relato sobre coches Audi y farlopa”.

La orden me pareció casi tan extraña como que la mujer que se parecía mucho a mí hubiera entrado sin abrir la puerta, así que le pregunté por qué. “Por qué, qué, Carolina. Por qué, qué. ¿Qué parte no has entendido?”. La verdad es que no había entendido nada, pero tampoco quería parecer muy tonta delante de ella, por si tenía poderes y me fulminaba entre dolores.

–  ¿Tengo que escribir un relato?
“De trescientas palabras”, me respondió, “con temática Historias en Tránsito, pero lo importante es que aparezcan Audis y farlopa para que le guste a él. No tuve oportunidad de preguntar quién era él ni por qué tenía que gustarle mi relato, porque enseguida me dio una dirección web, una fecha y una hora, y desapareció. No dijo ni adiós. Tal y como había venido, de repente, la mujer que se parecía mucho a mí, ya no estaba allí.

–  Vaya -dije, más para mí misma que a la habitación vacía.
Vaya, qué raro todo. Tenía dieciséis años, así que antes de visitar la página web que la mujer me había apuntado, busqué en Google <<mujer que se parece a mí aparece en mi habitación qué hacer>>, pero aparte de un montón de chorradas lunáticas sobre entidades paranormales, fantasmas, significados de sueños y un artículo del ABC titulado A los adolescentes hay que prohibirles cuatro cosas, no había nada de interés. Quise llamar a gritos a mis padres por si ellos conocían a la mujer espíritu, para preguntarles si sabían algo, pero no quise preocuparles dándoles a entender que me había vuelto loca.

–  Vaya -repetí.
Y visité la página de Internet que me había dado la mujer. Era www.ciervoblanco.club, y era un club de lectura que también hacía talleres de escritura. El sitio web era muy cuco pero no entendía nada, yo ni siquiera escribía bien. La fecha y la hora anotadas coincidían con uno de sus talleres de escritura, el sábado por la tarde. Leí más sobre el taller. Al parecer la tarea consistía en escribir un relato de trescientas palabras inspiradas en el disparador creativo Historias en tránsito. Y añade Audis y farlopa, pensé para mí misma, recordando a la aparición. Qué cosa más rara.

Me puse manos a la obra, redactando un cuento buenísimo sobre un grupo de chavales que se chocan con el coche (un Audi) por ir drogados (cocaína) durante un viaje a Valencia. Era excelente, mi mejor obra, se me ocurrió incluso que de mayor podía ser escritora famosa y hacerme rica a lo Stephen King escribiendo novelas sobre chavales que se estrellan de viaje por ir colocados. Es más, tenía ya en mente la segunda parte de la historia en la que los fantasmas de los muchachos volvían al mundo para vengarse del camello que les había vendido el perico, como si el pobre tuviera la culpa. Pero no pudo ser, no me dio tiempo a escribirlo antes de que apareciera de nuevo la mujer, asustándome al decir la primera frase con la que empezaba esta historia.

–  Borra inmediatamente esa bazofia. Es basura.
Dudé un poco delante del documento de Word, porque a mí el relato que había escrito me gustaba y no quería borrarlo, pero la señora que se parecía a mí imponía mucho, entre otras cosas porque se materializaba de repente, así que me quedé paralizada con las manos quietas sobre el teclado hasta que la mujer, viéndome dudar, volvió a hablar:

–  Algún día me darán el premio Planeta por una novela de Clara Despentes en Irán, pero hasta entonces, hazme caso: borra eso y escribe un relato para el taller del sábado que merezca la pena.
Y a mí qué me importan los premios que te den a ti, pensé, si a la que le tiene que gustar mi relato es a mí. Pero lo dijo con mucha seguridad, así que terminé por borrarlo todo y quedarme otra vez con la página en blanco. “Y mírale a los ojos de vez en cuando mientras lo lees en voz alta el sábado”, añadió. Le pregunté a quién tenía que mirar a los ojos, pero no respondió. En lugar de eso se quedó como embobada, mirando a la nada con una media sonrisa, quizá recordando algo con feliz melancolía. “El relato bastará, Carolina. El resto vendrá solo”. Y desapareció por segunda y última vez.

–  Vaya -murmuré-, qué raro todo.
El texto que leí en voz alta el sábado durante el taller de escritura de Ciervo Blanco hablaba de una historia en tránsito, Audis y farlopa, sí, pero no sólo: también del viaje de una rosa por el tiempo, en tono poemático. Era casi un poema, pero en prosa. Como no sabía a quién tenía que mirar al leerlo, miré por turnos a los ojos de todos los asistentes. Muy majos ellos, aplaudieron mi relato cortésmente tras la lectura y algunos incluso asintieron con la cabeza mientras lo leía.

Lo que no sabía y seguía sin saber, mientras escuchaba los relatos de los demás, era por qué estaba yo allí, qué quería la mujer de mi cuarto que se parecía a mí, ni a quién coño tenía que gustar mi relato. Fue después del taller, tomando una caña con los miembros del club en un bar cercano, cuando empecé a verlo claro. Tenía sentido. Y buen gusto. Era atractivo. La mujer que se parecía a mí tenía buen gusto en cuestión de chicos.

–  Hola -me dijo, estrechándome la mano-. Soy Lucas. Me ha gustado mucho tu relato, me ha recordado a un libro de Clara Campoamor que leí hace tiempo. Ahora mismo no recuerdo el título. Si me das tu número, te lo digo luego.

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